V. De alegorías y oxímoron inmerecidos

    Para cuando cumplí 16 años, ya le había escrito al menos cuatro poemas a mi madre y dos a mi padre biológico, dos poemas a Dios, uno a un amigo y la contrastante cantidad de al menos once poemas al anhelado "compañero de alma" o "soul mate" imaginario al que dediqué mi post anterior. Para chicos de carne y hueso, en cambio, apenas había escrito un par.

    Fue a los 16 años, la edad en que tuve mi primera relación de pareja, cuando realmente empezó la mala costumbre de andar permitiendo que otros hombres invadieran ese sagrado espacio poético que había estado reservando tan celosamente para ese "compañero de alma" ideal. Y comencé a escribirles más a chicos reales -demasiado reales- textos como los dos transcritos aquí abajo. Ambos fueron escritos a la misma edad, y sin embargo fueron inspirados por dos chicos muy distintos, aunque tenían algo en común: los dos ilustran mi antigua costumbre, aún peor que la que acabo de mencionar, de enamorarme predominantemente de quienes no me correspondían.

    Desde niña me fascinaron las metáforas y, por extensión, las alegorías, aunque desconociera esos términos técnicos. Aún recuerdo claramente cómo sonaba una canción incluida en un disco de vinilo que mi madre escuchaba cuando yo era pequeña. "Soy un pobre actor que no sabe su papel. Sólo un simple actor en un drama que inventé. Vida fingida, la que vivo sin tu amor. Es triste comedia, porque no sirve mi actuación. Soy un pobre actor que la gloria no alcanzó. Un frustrado actor que el público no aplaudió. Haz que termine esta farsa tan cruel. Si regresas premiarás a este pobre actor." Curiosamente, la voz que cantaba era de Chucho Avellanet, puertorriqueño como mi padre (por donde se lo mire, el gusto por lo poético siempre parece venirme de Puerto Rico). Recuerdo cuánta fascinación me producía reconocer que esa canción consistía en una serie de comparaciones entre dos mundos, el del teatro y el de las rupturas amorosas, aunque a mi corta edad no tenía la más mínima idea de que se trataba de algo llamado "alegoría". Pues bien, sospecho que a los 15 años habré aprendido la dichosa palabrita en el colegio, pues las alegorías que aún conservo llevan fechas de aquellos años en que me entusiasmé con el impulso de escribir algunas. Así, la que comparto a continuación, en la que intenté plasmar mi sensación de estar en un frío y oscuro desierto -el de la soledad-, enamorada de una estrella, fue una de las primeras que escribí, ya con 16 años.


DESIERTO NOCTURNO
Alegoría de un amor inalcanzable

    Mis pies se hunden en la arena, la seca suavidad me atrapa. El frío paraliza al tiempo. El viento impuro arrastra al silencio, lastima mis ojos y roza áspero mi piel. Mi cuerpo se estremece al contacto del aire, aunque algo me hace olvidarlo: una luz que brilla como brillan las otras estrellas, pero que ocupa toda mi pupila. Esa cálida estrella que observo se escabulle dentro de mi mirada y se desliza dentro de mis entrañas. La siento humedecer a cada sentimiento marchito y embalsamar a mi alma. Mi alma embalsamada de estrella ahora quiere navegar en el infinito. Y ahora ese pequeño sol, cuyo reflejo sigue allá arriba, en realidad cae de mis ojos. Su resplandor se ha convertido en líquido que recorre mi mejilla reseca.

    El monótono desierto no fue capaz de ver la esencia de ese astro descender junto con sus rayos, sumergirse en mi propia esencia y allí jugar con las cuerdas secretas. El desierto no puede oír la música celeste -ligera como un sueño de niña- que ahora se eleva desde mis profundidades hasta el firmamento. Tampoco percibe el aroma que tiene el amor recién nacido. El desierto es silencio, es un siempre... es un nada.

    Ese astro que me roba los sueños ya ha vuelto a su lugar, tan alejado... pero nadie puede saber si lloro de tristeza o por alguna otra emoción que se disfraza de melancolía. Lo cierto es que después de sentirlo tan dentro, en mi llanto hay algo de alegría. Porque ese astro centellea en la oscuridad, es lo cálido en medio del frío, es el despertar de lo dormido.

    No sé por qué, pero esto me recuerda la miel de tus ojos, la limpidez de tu sonrisa, la distancia que nos separa. Y es que está claro que si bien una estrella puede penetrar el corazón de una niña, ella en cambio no podría volar hasta el firmamento.

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    Supongo que por la misma época también habré aprendido en el colegio algo acerca del "oxímoron" como recurso literario, ya que es una de las figuras que más se repiten en el poema que comparto aquí abajo: la "combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido, como en un silencio atronador", nos dice el Diccionario de la Lengua Española.


SIN TÍTULO


Es una corriente de fuego que me empapa el alma

Un grito tan fuerte que se confunde con tu silencio

Una imagen impresa en el negro de mi ceguera

Una eternidad encerrada en un segundo

y una infinidad reflejada en dos iris

Es la huida de un fantasma perfumado con mi deseo

La manera de desmoronarme hasta volverme polvo

o de evaporarme hasta la cúspide del cielo

Una lágrima que no brota para no quemar mi piel;

una sonrisa que nace muerta para no respirar tu aire


Esta voz que calla me perfora al ocultarse

Millones de dobleces para que quepa en mi cuerpo

mas percibes el pedazo que sale por mis ojos

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