XII. Borrón y aurora nueva

     Hace poco encontré esta alegoría que escribí en mi adolescencia, y me sorprendió cuán vigente vuelve a ser. En aquella ocasión imaginé reinventarme después de derramar grandes cantidades de llanto. Me visualicé durmiendo, descansando, como hibernando, reuniendo fuerzas, en un útero cósmico, bañada por mis propias lágrimas acumuladas. Conectada a la Fuente de la Vida.

    La escribí a los 17 años recién cumplidos pero, curiosamente, habría tenido aún más razones para hacerlo exactamente 17 años después, a los 34 recién cumplidos: el momento más difícil de mi vida.

RENACIMIENTO

    En una noche húmeda duerme una mujer. El líquido circundante que la baña está en contacto con toda su piel; de sus pies, sus piernas largas encogidas hacia su pecho, sus caderas, su cintura, su vientre por el que está conectada al cordón umbilical, sus senos pequeños, sus brazos doblados entre el pecho y los muslos. El pelo oscuro casi cubre su rostro. Los ojos cerrados por fin dejaron de llorar.

    El alma descansa en el cuerpo. El cuerpo duerme en esa noche cálida. La noche está envuelta por una placenta universal. 

    Todas las lágrimas ya derramadas ocupan el reducido espacio entre la mujer y las suaves paredes. A lo lejos suenan unos latidos, latidos de un corazón infinito. Por el cordón pasa la Voz, una voz que no rompe el silencio. La mujer escucha en su sueño y esboza una sonrisa, plácida. Por el cordón pasa la Luz y progresivamente se va iluminando un mundo invisible que existe en algún lugar... La belleza es la sustancia inmortal que fluye, transparente, en ese espacio ajeno al tiempo. La Luz va llenando las arterias de la mujer, llega a cada rincón de su ser. Y ella crece sin crecer.

    Nueve meses ajenos al tiempo están a punto de terminar. Bajo el vientre de la Vida, una criatura va a despertar.

    Las tinieblas se rasgan. La fuente se rompe. Sobre el suelo de un mundo conocido ya en sueños, corre abruptamente la triste corriente de líquido lacrimoso, luego cae un cuerpo desnudo. 

    Los ojos ven de nuevo el brillo del sol, de nuevo pero por vez primera. Luego la mujer los cierra. En el aire viajan fragancias de mundo. Huele a dolor. Huele a recuerdos, anhelos, risas, caricias... Un respiro profundo.

    Los pies se posan sobre el suelo que ya se siente seco, y la mujer, erguida, contempla el cielo terrestre. 

    Valor. Un gracias. Fe. El horizonte resplandece. Ella da sus primeros pasos hacia él, sobre un camino que aún no existe. Sus primeros pasos, una vez más. 

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